
Ya estamos aquí de nuevo. Como todos los finales de mes, con el cierre de los periódicos, me enclaustro como monja de clausura para terminar todo el trabajo pendiente. Eso sí, tuve tiempo de comprobar que la quedada de solteros/as en el pub de Rubén fue un éxito, pese al tremendo frío de la noche, al partido desangelado de la selección de fútbol, que bajó el ánimo de más de uno y a que era final de mes.
Alrededor de la chimenea y a lo largo de la noche, el encuentro se saldó con muchas conversaciones, partidas de futbolín, billar o dardos y supongo que intercambio continuo de móviles y correos electrónicos. El evento finalizó con el personal viendo la carrera de Fórmula 1 en pantalla gigante. Del fútbol a los coches. Para que no falte de nada.
Y después de ver cómo la gente se conoce y entable amistades que espero que sean sinceras y duraderas y dejar el trabajo terminado, tras muchos días de no acceder a internet más que para enviar los textos, llegó el momento cultural. En esta ocasión, con el gran Miguel de Molina, al que le dedican una exposición denominada 'Arte y provocación'. Porque él lo vale.
Fue un gran artista muy popular durante la República, pero después de la guerra, los reprimidos del régimen le propinaron una brutal paliza "por rojo y maricón" y se vio obligado a exiliarse a Hispanoamérica. Allí triunfó con todas las de la ley, especialmente en Argentina, país que lo adoptó y en donde está enterrado, en concreto en el panteón de actores del cementerio de La Chacarita.
Su vuelta a España a finales de los años 50, fue amarga porque casi nadie se acordaba de él y ya nunca más fue el gran artista que triunfó en medio mundo. Tuvo, eso sí, la satisfacción de que el rey Juan Carlos lo condecorara con la Orden de Isabel II cuando ya pasaba de los 80 años "yo, que soy de familia trabajadora y republicano".

Estos días, la Fundación Miguel de Molina exhibe en el Centro Cultural El Áquila de Madrid, una exposición cuyo título resume muy bien lo que fue su vida, 'Arte y provocación'. En ella se pueden ver no sólo la colección de camisas tan peculiares que él mismo diseñara, sus botines de colores y sus sombreros, sino también multitud de fotos y de documentos antiguos, algunos curiosísimos como un pasquín firmado por Jorge Negrete y Cantinflas en contra de ese "farsante danzarín español", debido a problemas sindicales y enormes celos artísticos. El resultado les fue totalmente adverso a los mexicanos y Miguel de Molina tuvo un éxito apoteósico.

El Centro Cultural El Águila se ubica en la antigua fábrica de la cerveza, en el distrito de La Arganzuela, cerca de la estación de Atocha. Es un ejemplo de rehabilitación de un edificio antiguo para usos culturales, realmente modélico. Y algo que no es habitual, el personal es amable y educado como en pocos sitios he visto. Ojalá otros supieran tratar tan bien a los visitantes.

El centro acoge el archivo regional de la Comunidad de Madrid y la biblioteca regional. Piedras antiguas y 'puentes modernos'.

Una de las fachadas de la antigua fábrica de cerveza.

La sala de exposiciones, un edificio totalmente moderno, se ha adosado a la antigua fábrica, en una acertada combinación de estilos.

Y una vez saciado el espíritu, llega el momento de reponer fuerzas. En la encantadora bodega Rosell, hacemos una paradita para tomar unas tapas y una cerveza fresca, aunque no sea El Águila...

Los azulejos no tienen precio. Claro, que el interior también es una preciosidad, una tasquita típica, de las que cada vez quedan menos, por desgracia.

Y aquí se acaba la excursión. Que disfruteis del fin de semana. Besos mil.