martes, 12 de febrero de 2013

Aquella horrible convención de amas de casa...




Hubo un tiempo, no hace tanto, la verdad, en el que las mujeres no trabajaban. Bueno, no curraban fuera del hogar, dulce hogar, al que mantenían como los chorros del oro mientras educaban a los hijos, cuidaban de los padres y de los suegros y hacían auténticos milagros con el sueldo del marido, en un alarde de virtuosismo económico que ya lo quisieran para sí los gestores del Banco de Crédito Europeo.
Poco a poco, la mujer fue entrando en el mercado laboral a través de profesiones digamos femeninas: matronas, telefonistas –nunca conocí a un telefonisto, perdón por el palabro-, profesoras de chicas, enfermeras, dependientas de grandes almacenes o pequeños comercios, etc. Las mujeres de familias con posibles, dado que tenían la intendencia familiar perfectamente controlada con las chachas y los jardineros, montaban negocios también típicamente femeninos como una boutique, una tienda de bisutería o una peluquería de señoras, lo del unisex llegó después.
En las clases sociales no tan pijas, muchas mujeres regentaban el negocio familiar de verdulería, pescadería, carnicería o restaurante, codo con codo con los maridos, mientras los hijos hacían los deberes en un rincón del comercio, a la espera de que la madre echara el cierre y pudiera preparar la cena.
De mi infancia y adolescencia todavía guardo el recuerdo de las mujeres de la Sección Femenina. Su afección al régimen les procuraba unos cargos supuestamente políticos en una época en la que la mujer estaba totalmente ausente de la política nacional. Aquellas mujeres vestían de una manera muy sobria, llevaban moño, no se maquillaban y sus enemigos las trataban de lesbianas para arriba. De todo hubo, buenas y malas y no soy yo quien para juzgarlas.
Aquella imagen, la mala, que no la buena, se me hizo carne mortal cuando me pidieron que participara en una mesa redonda en una reunión de asociaciones de amas de casa. Entre una inmensa mayoría de mujeres encantadoras, limpias como los chorros del oro y amables hasta decir basta, se colaron una media docena de arpías que proyectaban sin disimulo su rencor hacia las nuevas generaciones de mujeres que habían estudiado, tenían un oficio y eran dueñas de su vida. Cada vez que yo hablaba de la aportación que el sueldo de la mujer significaba para los estudios de los hijos o el pago de la hipoteca, me contestaban con frases despectivas tipo: en lugar de un dúplex, cómprate un piso o no hace falta estudiar, lo que hay que buscarse es un buen marido.
Aguanté lo que pude mientras la moderadora hacía auténticos esfuerzos por sujetar a semejantes sujetas y me mordí la lengua hasta que llegó la frase demoledora de una de las asistentes, con apariencia clara se haberse educado en los principios de la Sección Femenina: las mujeres están quitando el puesto de trabajo a padres de familia para comprarse pulseras…
Me quedé sin habla, la sangre se me fue a la cara y estuve a punto de sufrir un síncope. Cerré los ojos y en mi fantasía soñé con lo que le haría a la interfecta, es decir, agarrar una pulsera enrobinada y metérsela por la boca hasta que se quedara sin respiración. Dios me perdone mi poca caridad cristiana, es lo que tiene ser políticamente incorrecta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí hija mía,que dirían de mi,que llevo un camión trailer o un furgón y me dedico a viajar de un lado a otro,ademas de la casa,el marido,los hijos,los nietos y un cabreo monumental por oír,ver y no callar a tanto tont@ de capirote.