Homenaje a María Asquerino
En estos
tiempos en los que el periodismo basura se está comiendo cualquier atisbo de
dignidad, no es sorprendente que el titular escogido con motivo de la muerte de
una gran actriz española sea éste: Nadie reclama el cuerpo de María Asquerino.
La noticia recogía sus últimos momentos buscando el lado más sórdido: murió en
una ambulancia cuando la llevaban al hospital desde la residencia donde vivía,
pasaba graves apuros económicos, estaba olvidada de sus amigos… recurría a programas
como Sálvame para seguir adelante, etc. etc.
María
Asquerino ha pagado caro el precio de vivir en libertad, de no depender de un
hombro masculino, de disfrutar de la vida a su manera, sin ataduras, de ser
ella la que escogiera a sus amantes y no quedarse quieta en una esquina del
salón, esperando a que el galán la sacara a bailar. Durante muchos años fue el
alma y el corazón del Madrid nocturno, primero como una de las fundadoras del
mítico Oliver, donde se reunía lo más granado de la cultureta capitalina y
después como principal atracción de la discoteca Bocaccio, en la que tenía mesa
reservada todas las noches, por la que pasaba todo aquél que quisiera ser y
estar en la pomada de una ciudad que se había sacudido por fin el polvo del
franquismo.
La visita a
Bocaccio era también uno de los objetivos de los modernos de provincias que se
jactaban, a su vuelta a su terruño, de haberse sentado junto a la diosa de la
noche y ¿por qué no?, de haber pasado por su cama porque la legenda decía que
la Asquerino era una mujer de fácil seducción. En sus memorias, ponía las cosas
en su sitio y reconocía amores con actores muy populares de este país, pero
también hablaba de relaciones estables de pareja, duraderas, que en alguna
ocasión se frustraron por culpa de alguna que otra ‘pedorra’, textualmente
hablando y folklórica, añado yo.
Recuerdo con
nostalgia las crónicas del periodista social Jorge Fiestas, que en los años 70
y parte de los 80, contaba con gracia y mucha amenidad el devenir de los saraos
nocturnos madrileños donde la Asquerino era su musa, su hermana, su compañera
del alma y su principal fuente de inspiración. Pero al contrario de lo que
ocurre hoy con los famosuelos de tres al cuarto, María Asquerino no sólo era un
personaje social, sino sobre todo, una gran actriz. Lejos quedaban los tiempos
de ‘Surcos’, una película de corte neorrealista que se rodó en los años 50 y
que mostraba una realidad muy diferente de la que se empeñaba en imponer el
régimen de la época, cuando la actriz, hija a su vez de actores, logró un gran éxito
teatral que se prolongó durante años con la obra ‘Anillos para una dama’ de
Antonio Gala.
Como tantos
estudiantes de la época, sólo pude verla cuando vino de gira a Murcia, en el
teatro Romea, donde también ofreció una espléndida versión de ‘Filomena
Maturano’. Desde los asientos del gallinero, miraba el escenario donde se
desmitificaba el amor del cid y doña Jimena con admiración no sólo hacia la
actriz, sino también hacia la mujer que yo imaginaba libre de ataduras viviendo
una existencia feliz, lejos de la encorsetada sociedad provinciana.
En los
últimos años, retirada del trabajo, aparecía puntualmente en algún programa de
la telebasura, que ella dignificaba con su presencia. Reconocía ante esos
seudoperiodistas que cada vez que hablan, matan a un filólogo, que de lo único
que se arrepentía era de no haber tenido hijos, que ése fue su gran error.
Quizás pensaba que ellos la habrían cuidado, que habrían estado a su lado hasta
el final, como veía que ocurría con muchos compañeros de profesión.
Pero no pudo
ser, María Asquerino murió en soledad y así pagó el precio de ser una mujer
libre. Que su vida sea un ejemplo para muchos, en todos los sentidos…
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