Decía el escritor italiano Alberto Moravia que una de las peores cosas que había exportado España al continente americano, sección hispana, era el militarismo. Yo añadiría más, una de las más terribles aportaciones que los españoles hemos hecho al sentir y padecer de nuestros descendientes al otro lado del Atlántico, es sin duda el machismo.
Machismo multiplicado por mil en algunos casos,
rancio pensamiento en el que el hombre, por mor de su fuerza bruta, ejerce una
violencia física y verbal desmesurada hacia la mujer por una simple cuestión de
sexo. El ejemplo más tristemente famoso es el de Ciudad Juárez, en México,
donde la vida de la mujer tiene menos valor que una cucaracha. Allí las mujeres
salen de su casa para trabajar teniendo presente que probablemente no vuelvan
nunca más a ella, porque sus vidas quedarán segadas en alguna cuneta ante la
total impunidad de las autoridades.
Ese machismo deformado y deformante que hemos
inoculado en la raza hispanoamericana se ha puesto dolorosamente de manifiesto
con la aparición de tres chicas que estuvieron secuestradas durante 10 años en
la casa de un ciudadano de origen dominicano. Las violaciones, vejaciones,
insultos, palizas y otros malos tratos que recibieron esas tres chicas están
siendo narrados con todo lujo de detalles en los informativos de todo el mundo.
Contrasta la dureza de su situación con la perfecta dicción de los locutores de
los telediarios que ponen el mismo tono al leer el promcter que el que pondrían
loando las hazañas futbolísticas de Cristiano Ronaldo.
Como madre, abuela y tía de mujeres de todas las
edades, confieso que se me eriza hasta el último pelo de mi cuerpo oyendo
tamañas barbaridades. Recuerdo aquel suceso que tanto nos conmovió como fue el
crimen de las niñas de Alcasser, en el que una de las madres aseguraba que
tenía pesadillas escuchando a su hija llamarla mientras la torturaban.
Es muy fácil decir que este señor es un monstruo,
que merece la pena de muerte, que su familia está horrorizada, etc. etc., pero
también me escandaliza el proceder de unas fuerzas de seguridad que hicieron
oídos sordos a las quejas de los vecinos, que no se atrevieron a pegar la
patada en la puerta ante la duda más que razonable de que esa casa fuera la
mansión de los horrores. Quizás si hubieran sido un poco más curioso, el
sufrimiento de cuatro criaturas, porque hay que sumar a la hija de una de
ellas, hubiera sido mucho menor.
Por cierto, me sorprendió de manera un tanto
desagradable el comentario de un antiguo defensor del menor con mucha hambre
mediática que sin tener el más mínimo detalle del suceso, cuestionaba que las
chicas nunca hubieran intentado escapar de su captor. Decía el buen
especialista en el tema que al menos la madre tendría que haber pedido que se
le pusiera las vacunas a su hija y otros detalles aún más nimios frente al
drama vivido.
El machismo sigue ahí, medio oculto entre nuestros
genes, dormido pero no muerto, como un virus en la reserva. ¿Alguna vez
podremos eliminarlo…?
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