Sí, soy una gorda
Estaba allí, en el fondo del cajón, bajo otras prendas de ropa, viviendo el sueño de los justos. No recuerda cuántos años lleva oculto, pero calcula que debió ser hace más de cinco años, antes de que empezara la crisis, cuando la vida aún era vida y no supervivencia, cuando comprar ropa no era un suplicio, cuando mirarse al espejo no era un castigo.
Allí estaba el traje de baño negro, el
que lucía sin complejos en la playa sin importarle las miradas de los demás. Cuando
lo compró no era ni más gorda ni más delgada que cualquier española media; lo
genes se imponen le decía su madre
cuando veía que ninguno de los draconianos regímenes a los que se sometió
durante tantos años lograban controlar los kilos de más. Los había probado
todos, el de las calorías, el vegetariano, la dieta Dukan, las pastillas de la
farmacia, el gimnasio sacaperras...
Pero un día se cansó, se hartó de la
comida que no le apetecía, de tanta pastilla inhibidora, de pesarse delante de
la enfermera que torcía el gesto cuando veía que sólo había perdido unos
gramos. ¿Esto es vida?, se dijo. Y arrojó la toalla. A partir de entonces,
decidió que no se iba a privar de nada, que iba a comer lo que quería y cuanto
quería en el momento que le apeteciera. Y la Naturaleza se cobró su precio.
Pasaron los días, los meses y los años y
ya ninguna ropa le servía; el armario estaba lleno de prendas inútiles y tuvo
que recurrir a anchos vestidos y camisetas de color negro, en un intento
fallido de disimular una figura cada vez más oronda. A ella no le importó, se
había olvidado por fin de las dietas, del terror de la báscula, de los cabreos
cada vez que comprobaba que la lechuga no sólo no le adelgazaba, sino que le
producía malestares estomacales. Estaba en paz consigo misma.
Ella estaba satisfecha, pero el resto del
mundo se lo echaba en cara; las miraditas; los comentarios malintencionados;
las risitas sofocadas. Vaya, decía el MUNDO, no mereces tener un puesto en la
sociedad, estás gorda, vieja, descuidada, no luces la ropa, no tienes glamour…
¿Quién te va a querer con esas pintas?. Ni siquiera en el trabajo le dieron
tregua… Mira, ante el público hay que tener una imagen ¿comprendes? y tú, la
verdad, es que pareces tu madre, no nos sirves.... Cuando llegó el ERE de su
empresa, no le extrañó estar entre los despedidos, su eficiencia no bastaba,
bastante le habían perdonado que tuviera más de cincuenta años, pero lo de
gorda, eso no, hasta ahí podíamos llegar.
Y allí está, con el traje de baño en la
mano, aquél que le quedaba como un guante y que ahora apenas puede embutirse
sin quedar absolutamente ridícula. Tendré que ir a la sección de tallas
supergrandes, a ver si tienen uno que al menos me cubra parte de este cuerpo
que otra vez he empezado a odiar. O mejor, no. Nunca más volveré a la playa,
nunca más me mostraré ante el mundo; soy
una paria de la sociedad, el MUNDO me ha condenado al ostracismo, me ha echado
a un lado como una fregona usada.
Se miró al espejo y entre lágrimas, le
pareció que alguien había escrito un mensaje para ella: “Hola, querida,
bienvenida a la Cofradía de las Gordas…”.