Ese género maltratado denominado Culebrón...
Reconozco y no me da ninguna vergüenza decirlo, que soy una
rendida consumidora de telenovelas, culebrones como se les llama en México,
historias rodadas al otro lado del Atlántico habladas en el hermoso idioma español,
con muchos y variados acentos, que a eso de la media tarde, mientras escribo
todo tipo de textos informativos, me suenan de fondo como la música ambiental
de las consultas de los dentistas.
Lo que menos me interesa de los culebrones son los argumentos,
las historias, que al fin y al cabo son las mismas desde que el mundo es mundo.
Los dramas familiares y amorosos son bastante similares tanto si los escribe un
autor de la Grecia clásica, como si surgen de la pluma de Victor Hugo, Benito
Galdós, Jane Austen o María Dueñas.
Las variaciones las pone el tiempo en el que se desarrollan
y sobre todo, la posición histórica de la mujer en cada uno de ellas, donde
será la esclava, la prostituta de lujo, la dueña de un gran rancho, la madre
desnaturalizada, la criada que lo limpia –el rancho- o la hija de un noble
inglés que no podrá heredar la finca familiar porque su madre no engendró hijos
varones y por lo tanto, pasará a un primo lejano que llegará con muchas ínfulas
a tomar posesión de su casa y de sus gallinas, mientras ella se busca a un
vicario con rectoría para criar a sus hijos dignamente.
En las telenovelas todo está muy exagerado y además, siempre
hay un punto en común en todas ellas. Por supuesto, no puede faltar una
relación amorosa imposible en la que el chico es hijo de familia rica y ella,
más pobre que las ratas, aunque eso sí, guapísima y con el pecho operado, que
para comer no habrá, pero para la cirugía estética, siempre podemos detraer una
partida. En su frenesí amoroso, a la pareja protagonista se les olvida usar
algún anticonceptivo, por lo que alrededor del capítulo 30 hay embarazo seguro.
El chico generalmente es lelo, un pavo que diríamos por aquí, totalmente
dominado por la madre y por una novia rica, pero manipuladora, que también fingirá
un embarazo para casarse con él, aunque sea más falso que la nariz de la
Obregón o el verdadero padre sea el sinvergüenza del reparto, papel que
normalmente se le adjudica al aspirante a galán.
No, a mí lo que más me gusta de las telenovelas es que siempre
hay una VENGANZA, CON MAYÚSCULAS. La chica pobre, pero guapísima, que ha sido
sucesivamente seducida, abandonada, humillada, empobrecida y otras calamidades
varias, de pronto tiene la oportunidad de montar un negocio, hacerse rica,
operarse la nariz y triunfar en un mundo de lobos y de lobas, ante el pasmo del
chico que por fin ha abierto los ojos, pongamos que por el capítulo 80 y ha
comprendido que la novia es un zorrón, que su madre lo ha engañado por su bien,
claro está, que su hijo, al que no conoce, es un encanto y que casándose con
ella va a ser más feliz que una perdiz y después de 250 capítulos de te quiero
pero no te puedo conseguir, finalmente tenemos la boda, que cierra la
telenovela, en la que eso sí, se nos ponen los pelos como escarpias al ver los
trajes de novia que luce la protagonista.
Y ahí es donde siempre me pierdo porque a mí me gustaría
que la venganza fuera total, que la chica lo dejara plantado en el altar por
tonto del haba y se largara a gastarse el dinero ganado en el negocio, en algún
garito perdido en un paraíso fiscal del Caribe y él se quedara criando al niño,
cuidando del rancho y aguantando a su santa madre. Ése es el final que me
gustaría ver en algún culebrón, pero como no lo escriba yo, estoy apañada…
(Hay una última variante del culebrón muy popular entre las
propietarias de tabletas… ‘Las 50 sombras de Grey’, pero es tan mala que ni Verónica
Castro lo hubiera protagonizado en su día…).
2 comentarios:
Qué te voy a decir, me encanta tu estilo, si bien no he visto nunca un culebrón. Sin embargo, por imágenes captadas aquí y allí, me los imagino. Sólo vi una serie brasileña que tenía nombre de mujer y estaba basada en una novela del XIX. Era ese el esquema, pero con un poco de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, porque la protagonista, aparte de guapísima, era una rica y dura terrateniente. Ahora me acuerdo, se llamaba "Doña Bella", lo que hace recordar más lo de Gallegos. Y esto es lo más parecido que he visto a un culebrón. Series sí he visto muchas, y me encantan. En el siglo XIX, yo habría sido una forofa de las novelas por entregas.
Y yo también...
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